Para responder la pregunta planteada en el título de este escrito (major clickbait, no hablaré de ningún disco de Billie Eilish- obviamente), probablemente sí lo sea. Y ello considerando desde luego el alcance musical y creativo, pero también considerando lo que representa un álbum de estas dimensiones en nuestros días, ya que vivimos en una época en donde el entorno musical está un tanto a la deriva. Entre los sonidos comerciales acaparando las mentes de todos gracias a su excesiva y nauseabunda repetición en las principales redes sociales de moda (TikTok, mayoritariamente), se deja poco espacio a la música que no entra en esta categoría, y que por ende, no cuenta con la aceptación de los usuarios.
Es por ello que resulta mucho más complicado encontrar música que no abogue por los sonidos fáciles del momento (llámese trap, reggaetón, hip hop o el mal llamado "indie"), básicamente porque casi nadie quiere hacer música que se salga de ese molde. Es así que, en la terrible década que terminó hace algunos meses, los álbumes mejor valorados por la crítica son de hip hop y sus horrorosos derivados latinos. También es por ello que, incluso en este mismo año, en muchos sitios valoran de manera excesiva un trabajo sumamente mediano y apantallabobos como lo es el "Motomami" de Rosalía. Un disco que hace años hubiese sido poco más que una mera curiosidad, y que ante la escasez de creatividad, hoy reluce y brilla como si se tratase de una obra magna.
Pero retomando el sentido de este texto, en febrero de este mismo año se publicó un álbum diferente. Bueno, diferente y no, porque evidentemente, al escucharle, se nos vienen a la mente infinidad de influencias que no son nada discretas. Pero el resultado sí que es diferente, un sonido muy peculiar y maravilloso. Pero para empezar a analizarle, hablemos de la banda.
Black Country, New Road es el nombre de la agrupación, originaria del centro-este de Inglaterra, y conformada (hasta hace poco) por 7 integrantes, entre los que se incluye un saxofonista (que además interpreta vientos y metales variados) y una violinista, adicionales a los convencionales guitarra, bajo, batería, piano y voz. Desde este detalle ya notamos una semejanza con otra banda, quizás la última gran banda del panorama musical: Arcade Fire, quienes entre sus filas también contaban con una violinista, y quienes también eran 7 integrantes en un inicio (en su mejor época).
Pero luego tenemos la música, y en ese sentido, ahora debemos hablar del álbum en cuestión. "Ants From Up There" es un álbum que tiene una duración de casi 59 minutos, divididos en 10 canciones (bueno, 9 más un intro). El estilo general de la música es de lo más diverso y rico que podemos encontrar. Para aquellos que tengan un poco de contexto sobre la historia del rock, van a poder escuchar reminiscencias de Arcade Fire (ya mencionado), de Sufjan Stevens, por hablar de influencias más recientes, de Roxy Music, David Bowie, Lou Reed o hasta King Crimson (en la época de Lizard), si nos remitimos al pasado más lejano. Entre los elementos más destacables en el sonido general del álbum, está obviamente la peculiar instrumentación (no es común escuchar un saxofón y un violín dentro de una banda, y menos en nuestros días), pero además están los beats complejos, el dramatismo perfectamente mesurado y deliciosamente expresivo, la duración de algunas canciones, y el sentido conceptual del álbum.
Y menciono un sentido conceptual centrándome exclusivamente en la música. Porque va evolucionando conforme avanzan los temas, y mientras en las dos primeras canciones escuchamos un sonido enérgico y vivaz, el álbum cierra de manera majestuosamente doliente. Creo que ese es uno de los principales aciertos de la música. El rango emocional de las canciones es muy extenso, y nos permite sentir antes de pensar. Nos permite asimilar la música, usarla como un cobertor, y desde ahí analizarla.
Esto no significa que líricamente, la obra carezca de un concepto integrador. La pesadez emocional con la que cargan de manera inherente las generaciones actuales, provocadas por la masificación de las opiniones a través de las redes sociales, y sucesos sociopolíticos, como el Brexit, la pandemia por Covid-19 o la ineludible crisis financiera derivada de dicha pandemia, son los puntos centrales que motivan las dolientes, desesperanzadoras, y de alguna manera, empáticas e inmersivas letras de las canciones. Esto se ve reflejado principalmente en los temas finales, que son en los que la música acompaña de manera más exacta dichos sentires.
Pero hablemos de las canciones. La obra inicia con "Intro", un breve jam jazzístico de menos de un minuto, en beat de 5/8 que nos anuncia el estilo que escucharemos a lo largo de la obra. A continuación. "Chaos Space Marine" (primer tema donde se menciona "el estilo de Billie Eilish") confirma el sonido, y añade otro elemento recurrente: las estructuras peculiares en las canciones. El tema contiene 3 secciones principales que sólo aparecen una vez, digamos una estrofa, un coro y un puente, por ponerlo en términos convencionales. Pero entre cambios de ritmo, variaciones en la emotividad y arreglos exquisitos, la canción logra interiorizarse en nuestra mente con suma facilidad.
"Concorde" tiene un inicio mucho más calmo, mucho más lento y acompasado (en 3/4), y los cambios de ritmo emocionantes y apabullantes de la canción anterior, aquí no aparecen. En su lugar tenemos un lento y poderoso crescendo, que nos sumerge en el cúmulo de emociones (deprimentes principalmente) hasta que, cerca del final, la canción estalla en una coda majestuosa en la que los instrumentistas se lucen en sus capacidades. Algo similar sucede con "Bread Song", sostenida en un arpeggio de guitarra tan sutil como tenso, que justamente genera un nerviosismo constante, anticipando algo que tarda en llegar, y que cuando llega, no es tal y como pensábamos que sería. Porque dada la experiencia con el tema previo, era lógico esperar un clímax apabullante, que te destrozaría el alma con sus acordes desgarradores, y sin embargo, el clímax es sumamente luminoso, con el mismo beat nervioso pero con acordes mucho más lúcidos y esperanzadores, por lo que la sensación al finalizar la canción es muy distinta a lo percibido en el track anterior.
Luego viene "Good Will Hunting" (segundo tema donde se menciona "el estilo de Billie Eilish"), quizás la canción más accesible del disco, pero no por ello menos buena. La canción es una bocanada de aire fresco, porque nos otorga un lapso de sencillez que no deja de asombrarnos por su belleza, pero nos relaja del reto que representa la escucha de temas mucho más densos y profundos (más allá de su enérgico final). Pronto aprendemos a apreciar esta gran canción, en su naturaleza cuasi popera, y sin problemas se convertirá en una de nuestras preferidas. Inmediatamente después aparece la antítesis de lo que representa esta canción, con "Haldern", una canción con menos brillos, con un perfil mucho más bajo, pero con una profundidad inmensa, que a base de repeticiones, cual rotomartillo, logra adentrarse más y más en nuestro espíritu para indagar sobre aquello que nos aqueja, aquello que nos hace sentir la canción, pero que no identificamos a la primer escucha por lo inmerso que está en nuestro subconsciente. La canción requiere de 3 o 4 escuchas para poder empezar a apreciarla, pero una vez que lo hacemos, nos damos cuenta del inmenso poder oculto que tienen los 5 minutos que dura esta pequeña obra de arte.
Luego viene otro descanso, el último antes del gigantesco cierre del disco. "Mark's Theme" es una breve y deliciosa pieza instrumental, primero a base de metales, y luego sostenida sobre un piano tan sutil como exquisito. La banda sabe que necesitamos esto antes de lo que se avecina.
"The Place Where He Inserted The Blade" podría ser, sin ningún problema, la canción abrochadora de cualquier disco. Tiene todas las características que debería tener una canción final de álbum. Es emotiva, es catártica, es épica y majestuosa. Sin embargo, las dos canciones que le siguen lo son aún más. Este tema es un jazz de mala muerte, extraído de un oscuro bar en lo profundo de la Nueva Orleans de los años 20 (del siglo pasado). Ese tipo de jazz que escuchas a media noche con un trago de whisky, con la corbata suelta, la camisa arremangada, los ojos llorosos y un cigarro en la mano derecha. Ese tipo de jazz que aparece involuntaria e inconscientemente en nuestros corazones luego de haber sentido el doloroso embate de la amargura, el desaire, el abandono y la desesperanza. Desde las dos primeras notas de piano, con las que inicia el tema, ya nos duele. A todos nos duele, a todos nos gusta, todos hemos sentido ese dolor, todos hemos pasado por allí, y todos quisimos haber tenido la oportunidad de acompañar nuestra amargura con una delicia de canción, así de precisa y así de oportuna, como lo es esta maravilla. Si aquí hubiese terminado el disco, habría sido un buen dísco.
Luego viene "Snow Globes", con toda la disposición de hacernos pedazos, de destruir la poca cordura que nos queda, con una incesante y creciente sucesión de acordes, que empiezan de la manera más sutil posible, como para que los conozcamos, nos acostumbremos a ellos, y luego se van nutriendo poco a poco con sonidos, cada uno más letal que el anterior, hasta que llega un punto donde la canción es insostenible en su emotividad, y estalla, al igual que nosotros si estamos prestando atención. Y eso que en ningún momento he hablado de las letras de las canciones, que si las incluimos en la ecuación, no tendríamos escapatoria alguna. Esta, por ejemplo, inicia de manera contundente diciendo "debemos dejar que la pinza haga lo que mejor sabe hacer". Para muchos esta canción puede ser la más incómoda del álbum, y ello se debe a que hace muy bien lo que debería hacer. Se mete en nuestras cabezas y sacude todo lo que se encuentra a su paso. Una cualidad que pocos sabrán apreciar, pero que es inherente a las verdaderas obras de arte. Si el disco hubiese terminado aquí, habría sido un gran álbum.
Pero termina con el siguiente tema, el majestuoso e icónico "Basketball Shoes", una minisuite de casi 13 minutos de duración, con una alta dosis de progresividad, pero sobre todo, con cambios de ritmo tan precisos, que nos llevan de la calma a la tensión, de la paz a la guerra, y de la festividad a la tragedia. Como ya decía, el tema está estructurado en forma de minisuite, lo que significa que son diversas secciones unificadas, cada una con una característica propia, pero dentro del marco conceptual de la misma canción. Por eso inicia con un pesado y doliente ritmo que nos ambienta, para luego cambiar a una enérgica y rítmica sección postpunkera, con riff incluido, que luego da pie al apoteósico y sublime final de la canción. Es difícil hallar un adjetivo que describa correctamente lo que transmite esta canción, siento como si todos los adjetivos que uso se quedan cortos en describir el tamaño de la obra. Es la mejor canción que se ha hecho en muchísimos años, desde mi perspectiva. Creo que no he escuchado una canción de este nivel desde que Sigur Rós cerró su obra maestra con "Popplagid", en 2002. Es un cierre perfecto para un álbum perfecto de principio a fin.
Entonces, ¿es este el mejor álbum en 10 años? Yo creo que sin duda. Incluso más años. Un disco que al fin representa a la nueva generación, escondida tras las pantallas de sus dispositivos móviles, y enmascaradas en su perfil de redes sociales. El valor de Black Country, New Road es dar la cara por su generación, con una obra que, sin desvirtuar los valores esenciales de la musicalidad, como sí lo hacen la mayoría de sus contemporáneos, desnuda la naturaleza de la debilidad de esta generación señaladora y correctísima. Y eso es lo más sano que puede ocurrirle a la juventud de nuestros días.
"Oh, in my bedsheets now wet, of Charlie, I pray to forget
All I've been forms the drone, we sing the rest,
Oh, your generous loan to me, your crippling interest"