Los seres humanos somos extraños, únicos y excepcionalmente irrepetibles. Sin embargo todos buscamos pertenecer a un grupo mayor, por instinto incluso. Nos volvemos capaces de eliminar o intentar eliminar esos razgos tan únicos que os diferencían de los demás, y pretendemos encajar por fuerza en alguna masa, sólo para ser parte de ella.
A mí me gustan mis peculiaridades, pero lo mío va más allá de ser distinto y defender mi unicidad. Pero más allá de si lo mío es raro o no, a mí me gusta pertenecer a grupos, mi familia siendo el principal ejemplo de ello. Pero, ¿qué es lo que hace que funcione mi pertenencia a un grupo, si no soy similar a casi nadie de los miembros? Pues que yo respeto, y que se me respeta. Y es que casi nadie quiere respetar, porque de ser así, todos podríamos partenecer a todos los grupos, sin miedo a que se nos excluya, se nos relegue o se nos aparte del núcleo social de dicho grupo.
La verdad es que nadie acepta a otros tal cual, y por ello se generan las distinciones, y por miedo a ellas, es que decidimos renunciar a nosotros mismos, y hallamos la vacía satisfacción de compartir gustos, preferencias, actitudes y hasta valores que no son nuestros en verdad. Es eso precisamente, el vacío de vivir en una soledad voluntaria, y en una compañía de cartón.
¿En dónde queda nuestro real yo? Eso casi nadie lo sabe. Todos vivimos en el autoengaño de que "así soy", porque es más fácil creer que somos ese ente que pertenece por pertenecer.
Imagino cómo sería una vida de diversidad humana, casi una utopía. Sorpresas incontables en cada esquina, en cada salón de clases, en cada empleo, en cada persona que uno se topa. Ni modo.
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