martes, 10 de julio de 2018

Entre paréntesis



Luego de un debut interesante, y de un segundo álbum hermosísimo, Sigur Rós estaba afianzado como una de las propuestas musicales más vitoreadas y destacadas a nivel mundial, por lo que tanto músicos, como críticos, y especialmente sus seguidores, esperaban con ansia y emoción la publicación de su tercer álbum. ¿Habría evolución? ¿Sería tan bello como el anterior? ¿Confirmarían su estatus como una de las bandas más importantes del inicio de siglo? A todas estas preguntas se respondería de la misma manera: sí.

En 2002 se publicó finalmente "( )", un álbum tan enigmático como su título. Ahora bien, de las 3 preguntas anteriores, la segunda debe incluir un asterisco. La música es tan bella y tan emotiva como en su álbum anterior, sin embargo, los aires de preciosismo y la belleza palpable no estarían presentes en este álbum, por lo que se trata de un álbum mucho más íntimo y menos extrovertido que el anterior. Si en el anterior "Agætis Byrjun" Sigur Rós se expuso ante nosotros y nos mostró su faceta más amable, en este "( )" nosotros tendremos que buscar a los integrantes de la banda entre la música, y escuchar con atención para percibir las múltiples emociones que se esconden tras cada nota.

Esto fue, sin duda, un movimiento muy arriesgado por parte de la banda, pues apenas comenzaban a ser reconocidos a nivel mundial y la cerradez y el anonimato de esta obra podrían cerrarle las puertas irremediablemente. Aún así, publicaron su minimalista álbum, carente de orquestaciones pero con abundantes momentos poderosos y contundentes. Las 8 canciones que conforman la obra no tienen título ni letra (sólo las vocalizaciones de Jónsi, que son palabras al azar), dado que el arte del disco no incluye mucho texto. No aparece el nombre de los integrantes de la banda, ni por supuesto, el nombre de las canciones. Sólo aparecen los dos paréntesis que dan título al álbum. Posteriormente se sabrían los nombres no oficiales que la banda usaba para designar a cada canción durante su proceso de grabación, con los cuales llamaremos a las canciones en este texto.

Es así que la obra abre con "Vaka", una suave y para nada vistosa canción a base de piano, que lentamente transcurre mientras el Vonlenska hace gala de su conciso y preciso léxico. Desde este tema inicial ya percibimos que tendremos que esforzarnos un poco para asimilar la música, y que este esfuerzo tendrá su recompensa con creces. Los minutos finales de la canción son de una intensidad inusitada en la banda, como si se rebelaran contra sí mismos y contra el estilo que ellos mismos inventaron en el álbum anterior. A pesar de esto, la canción no tiene percusiones, por lo que se trata del tema con menor poderío del álbum, algo que fue hecho adrede para que, al igual que en la canción, el álbum comenzara de forma tranquila y terminara en un caos ordenado y estremecedor.

El segundo tema es la intimísima "Fyrsta", en donde las percusiones hacen su debut de manera calma y lenta, y en donde igualmente la guitarra de Jónsi nos regala una serie de arpeggios dulcísimos. Luego de la larga (y bellísima) introducción instrumental, la voz de Jónsi repite las mismas 6 palabras que en el anterior y el resto de los temas, sólo que esta vez lo hace de "arriba hacia abajo", es decir, de lo más agudo hacia lo más grave, y cerca de la mitad de la canción se llega al clímax, uno muy breve y a medio gas, y finalmente de a poco la música se desvanece, aunque no del todo, pues está ligada con el inicio del tercer track, el único instrumental del álbum.

"Samskeyti" es una obra magistral, las notas iniciales nos indican un constante crescendo que en sí ya suena majestuoso, pero una vez que hace su aparición el piano de Kjartan Sveinsson, la obra toma otras dimensiones mucho más épicas y monumentales. Ese piano que asciende y asciende en notas y en intensidad, mientras el trasfondo musical hace lo propio sin que nos demos cuenta del todo, hasta que cerca del final el piano sube una octava de golpe y la emotividad colapsa sobre sí misma, regalándonos un auténtico momento celestial y la primer cumbre musical del álbum. Toda la energía reservada hasta ahora finalmente se expulsa y, de manera catártica, nos lleva hasta el mismísimo cielo con una facilidad delirante.

Lo lógico, luego de haber llegado hasta el cielo, es que inmediatamente después venga una caída estrepitosa. Todo lo que sube tiene que bajar. Sin embargo, la gracia y la providencia son tan grandes y tan benévolas con nosotros que decidieron mantenernos allá arriba, entre las nubes, por una canción más. Y es que "Njósnavélin" es una delicia total, una belleza inconmensurable que tiene tanta dulzura como emotividad, y que nos llena los oídos con suma facilidad, ya sea por sus notas memorables o por su melancolía explicita que nos inunda los corazones desde la primera escucha. Se trata de la canción más bella del álbum, la que más gozo trae consigo y la que más luz nos regalará de todo el álbum. Con una estructura simple y efectiva, y una instrumentación ligeramente más variada que en sus siete hermanas, la obra nos provee de la dulzura que tanta falta nos hará en la segunda mitad del álbum.

Luego de un interludio silencioso, el crescendo del álbum se aviva con "Álafoss", no porque sea una canción muy intensa, sino porque es la canción más densa y difícil del álbum. En sus casi 10 minutos de duración, tendremos que mantener la concentración a tope mientras la pesadísima cadencia de la canción nos va llevando muy lentamente hacia un clímax poderoso e igualmente lento. No hay nada vistoso en esta canción, y el mantenerse concentrado hasta el final será un auténtico reto. Ahora bien, en apariencia aburrida, la canción tiene un firme propósito, que es el de marcar de manera contundente la transición del álbum hacia su parte más oscura y menos amable, y de las cuatro canciones que conforman esta segunda mitad, "Álafoss" era la ideal para adentrarnos en la atmósfera lentamente, y así no sentir un cambio drástico y fuera de lugar.

Una vez que hemos pasado por "Álafoss", ahora sí viene lo realmente bueno. Las 3 canciones finales son las 3 cúspides artísticas del álbum más altas, cada una más alta que la anterior. Primero está "E-Bow", una que en sus percusiones de inicio se asemeja a su predecesora, pero que en ambientación y en estructura es mucho más directa e intensa. Las estrofas son muy melódicas y los coros de la canción son poderosos, siendo el último de ellos el que se conecte con el cierre de la canción, que es el clímax sonoro de la misma, y que es uno de los momentos más escalofriantes del álbum. Mientras las percusiones estallan y las guitarras tocan sus notas más ruidosas en lo que va del álbum, el piano nos regala una suaves notas que adornan todo este caos, que finalmente culminan en una suerte de feedback muy rasposo y agresivo. Oficialmente, el Sigur Rós del álbum anterior había muerto.

Por su parte, "Dauðalagið", el tema más extenso del álbum, es otra muestra de la faceta más agresiva de la banda, siendo el absoluto sostén de esta agresividad el poder de las intensísimas percusiones que, sobre todo en la segunda mitad de la canción, hacen que la banda llegue hasta un extremo al que jamás habían llegado, y que de alguna manera suena tan natural en ellos. El concepto musical del ascenso en intensidad y poderío parece tomar su forma definitiva luego de esta impresionante canción, en donde parece que ya no se puede llegar más lejos, sin embargo la banda aún nos tiene preparada una sorpresa más, una que resultaría ser la mejor canción del álbum, y quizás de todo su repertorio.

Una vez que lograste el punto más alto de intensidad, de agresividad y hasta de poderío, sin traicionar el estilo al que perteneces, ¿qué más queda por hacer? La banda lo tenía muy claro, y en el tema final del álbum se reservaron lo mejor que tenían. "Popplagið" es una obra suprema, una que de inicio suena de hecho muy normal. Y es que la primera mitad de la canción tiene una estructura de estrofa-coro muy convencional, nada vistosa y que para nada vaticina el huracán de sonidos y emociones que se vendrían para el majestuoso final de la canción. ¿Qué más podían hacer, luego de lo escuchado en las canciones anteriores? Le añadieron epicidad. Hicieron de la agresividad, la intensidad y el poderío una mezcla de epicidad y emotividad que nuevamente nos llevan hasta la gloria misma, ahora por otro camino que no es el de la belleza. Una vez que la canción se rompe y que las percusiones se callan, sabemos que estamos a punto de escuchar algo fuera de este mundo, algo que de a poco va creciendo en intensidad, algo que una vez que estalla nos deja absolutamente pasmados. Es épico. Es majestuoso. Es inalcanzable.

Luego de esto, nos queda bastante claro que se trata no sólo del mejor trabajo de Sigur Rós, sino de uno de los mejores álbumes de rock de la década pasada, y una de las muestras más sublimes de la música del nuevo siglo. Nadie ha podido replicar esto, ni la banda misma, y dudo que alguien alguna vez lo logre. Es cierto que aún no se le da el reconocimiento que se merece esta obra. Aún muchos piensan que "Agætis Byrjun" es lo mejor de los islandeses. Algunos todavía creen que éste parentético álbum es aburrido. Algunos aún no entienden la perfección que se esconde detrás de estas nada vistosas canciones. A algunos les falta escuchar más veces esta joya, o quizás un par de décadas que den la distancia necesaria para revalorar esta música, como ya ha sucedido en muchas otras ocasiones con muchos otros álbumes magníficos y menospreciados en su época de aparición.

Mientras tanto, la obra aquí está, para que todos la disfrutemos, la lloremos o la compartamos de una u otra forma. Igual nos sumergimos en el anonimato implícito en el álbum para ser alguien más, y desde nuestro refugio, admirar y regocijarnos con las lentas y poderosas notas de este bello e incomprendido álbum.

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