lunes, 14 de mayo de 2018
Gish: el grunge que no era tan grunge
El álbum debut de los Smashing Pumpkins es uno de los menos valorados de las bandas de rock alternativo de los 90, cuando en realidad se trata de una obra digna de reconocerse, y de una piedra fundamental para géneros muy alejados del grunge, en específico el shoegazing. Si bien el álbum no es del todo shoegazing (a diferencia de su contemporáneo "Loveless" de los irlandeses My Bloody Valentine) sí retoma muchos elementos y características de éste, y las acopla al profundo sonido deprimente del grunge tan de moda en 1991.
Una de las grandes diferencias de los Smashing Pumpkins con respecto a las demás bandas grungeras de principios de los noventa es una que en apariencia no debería ser tan determinante: su origen. Mientras el grunge y sus bandas principales son de Seattle, los Smashing son de Chicago, y mientras el grunge se trataba de romper esquemas y destruir las construcciones musicales, a base de rebeldía y desenfreno, los Smashing, y en específico su líder, Billy Corgan, era un perfeccionista obsesivo en el estudio de grabación, llevando a su banda al borde de la ruptura apenas en la grabación de su debut. Corgan era un dictador musical, un tipo que se dedicaba a dar órdenes y a realizar el mismo trabajo una y otra y otra y otra vez hasta que el resultado le satisfacía.
El mismo productor (nada menos que Butch Vig) tuvo problemas con esta obsesiva actitud de Corgan, por lo que había momentos en que abandonaba la sala de consolas y dejaba que el buen Billy se hiciera cargo de todo. Esto trajo como resultado un álbum sucio en apariencia, tan áspero como el grunge, pero con un poco más de atención, nos damos cuenta de lo pulido que está el sonido, lo meticulosa que fue la producción y la increíble sofisticación de las melodías y armonías, demasiado para ser un álbum grunge, un álbum debut y un álbum de rock incluso. Nada de esto frenó a Corgan, quien se salió con la suya y nos entregó uno de los álbumes debut más peculiares y distintivos de todos los 90.
La obra inicia poderosamente con las percusiones de Jimmy Chamberlin en "I Am One", antes de que el bajo y las guitarras irrumpan con el riff en una nota y media. Conforme avanza la canción podemos notar el trabajo de producción, con el uso de overdubs poderosos y una limpieza en las percusiones, que jamás se pierden detrás del grueso muro de guitarras que se antepone a todo sonido. La canción es compleja en estructura, no tiene las típicas estrofas ni un arreglo convencional, sin embargo, la enorme inventiva de James Iha, guitarrista principal, hace que la canción tenga sentido dentro de su anarquía estructural. Y la complejidad se incrementa con el espectacular segundo tema, "Siva", uno con un riff maravilloso y una sección rítmica impresionante. La canción es un headbanger por naturaleza, pero al mismo tiempo tiene una melodicidad memorable y un nivel de sofisticación poco ordinario. El primer solo instrumental, que llega en el seguno 35 de canción, con Iha en la guitarra y Chamberlin espectacular en la batería, es prueba de ello. La canción se vuelve misteriosa luego de un par de silencios un tanto incómodos, para luego estallar y culminar de forma poderosa. El poderío con el que inicia el álbum es destacable, de menos.
La que sin duda es la mejor canción del álbum, es la que le sigue a "Siva", es decir "Rhinoceros", un lento tema que es igualmente sensible, rockero y deprimente. Las guitarras aquí son las protagonistas de todo, desde el extraño arreglo a manera de coro con el que abre la canción, hasta el estupendo riff final con el que la canción, una vez que nos ha destrozado, abrocha de manera portentosa. Los altibajos emocionales son la médula de la canción, y la razón por la que es tan memorable y sobresaliente: un inicio lento y tranquilo, que de alguna manera termina ruidoso y catártico. La cima artística más alta de este álbum. Mientras tanto, "Bury Me" retoma un poco la dinámica del tema inicial, siendo un rock extraño, con un riff fantástico pero un nivel de emotividad no tan destacable. Luego de haber escuchado "Rhinoceros", nos costará un poco de trabajo retomar la dinámica inicial, y de hecho, no tendremos que hacerlo tanto, pues esta canción marca el final de la primera mitad del álbum, que será muy distinta a la segunda mitad.
Dicha segunda mitad se caracteriza por ser mucho más emocional que viril, y ello se nota de inmediato en la sensible y hermosa, pero nada rockera "Crush", una balada con un riff ascendente de bajo y una guitarra acústica que lleva el ritmo y la emotividad de la canción. La voz de Corgan luce por primera vez en el álbum, en específico en los coros en donde la levanta a alturas maravillosas. Luego de la breve y efectiva pieza acústica, aparece "Suffer", una canción oscura y tenebrosa, en la que las guitarras lucen pero no por su poderío, sino por su escalofriante ambientación. La música se vuelve sofisticada nuevamente, y los ecos del rock gótico hacen acto de presencia en ésta más que en cualquier otra canción. Nos vamos a estremecer en esta canción, tanto del misterio como del sublime sonido de las guitarras, y al final, un brillito de flauta dulce nos va a convencer de la grandeza de este tema.
Otra de las canciones más memorables del álbum es "Snail", un perfecto compendio de lo que la banda haría más adelante, en sus álbumes de madurez y legado. Se trata de un poderoso rock lleno de tristeza y melancolía. Cada nota, cada melodía y armonía, están puestos a propósito para derrumbarnos y sumergirnos en la gris naturaleza de la canción, y para llenarnos de una tristeza profunda y deliciosa. Es imposible resistirse a una canción así de emocional, que por momentos nos consiente y por momentos es cruel con nuestros sentimientos. El final de la canción, en donde se deja atrás la estructura y aparece la melodía de guitarra más memorable de la canción, es un despliegue rockero-emocional tan intenso y hermoso como pocos que haya escuchado. La manera en que Jimmy Chamberlin hace "llorar" a su batería es algo que no sabía que se pudiera hacer con dicho instrumento, y que áun me estremece al borde de las lágrimas.
Luego de esto podemos decir que el álbum ya se ha ganado un puesto en nuestra memoria, nuestra alma y corazón, sin embargo aún nos quedan 3 temas por escuchar. El primero de ellos es el poderoso y acelerado "Tristessa", uno con ecos al punk primigenio de la Gran Bretaña, pero con elementos de shoegazing y una depresión inherente a las rockerísimas notas. Luego de esto sigue la bizarra y extraña "Window Paine", una especie de experimento emocional que igualmente tiene sus altas y bajas emocionales, y que hacia el final termina rompiéndonos otra vez. El ingenio y creatividad de Corgan quedan expuestos en este increíble y raro tema, en el que no hay miedo a arrisgarse y a ir más allá de lo habitual. La última canción es la dulce "Daydream", cantada por la bajista D'arcy Wretzky sobre una base rítmica de guitarra acústica, y algunas cuerdas como adorno cerca del final. Un final suave y contrastante con el poderoso inicio del álbum.
Los Smashing Pumpkins pusieron distancia desde su álbum debut con el resto de bandas grunge de la época, y convirtieron un potencial clásico del grunge en un sofisticado y elegante álbum de rock alternativo. Se plantó la semilla de lo que harían en sus históricos y gigantescos dos álbumes siguientes, y se consolidaron desde ya como una de las bandas norteamericanas más importantes de la década que, en ese entonces, apenas comenzaba; una década histórica y por demás prolífica en la historia del rock.
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