viernes, 30 de marzo de 2018

El álbum más hermoso de la historia del rock.



No hay otra manera de definir la música incluida en este glorioso disco de Sigur Rós, aparecido en 1999, la música de esta modesta banda de 4 islandeses, quienes aún eran muy jóvenes en dicho año, pero que tenían un enorme talento creativo y un inmenso, interminable sentido estético de la música. Lo digo sin temor a equivocarme, se trata del disco más hermoso de toda la historia del rock. Entiéndase el término de hermosura, como la máxima muestra de estética, belleza, sensibilidad y humildad dentro de un álbum de rock. Ni ellos mismos han podido igualar el nivel de belleza que alcanzaron en este, su segundo trabajo.

En su debut, el místico "Von" de 1999, se percibía un aire completamente diferente en la banda. Eran más oscuros, menos brillantes, aunque igual de fríos. Pero en este "Ágætis Byrjun" hubo un factor para que el sonido de la banda se puliera: la llegada del virtuosísimo y sensibilísimo tecladista/pianista Kjartan Sveinsson, quien aportó su enorme talento y capacidad para elevar el nivel de la música. El resto de la alineación era el mismo: Jón Þór Birgisson (mejor conocido como Jónsi) en la voz y las guitarras (incluyendo el fantástico arco para cuerdas), Georg Hólm en el bajo y Ágúst Ævar Gunnarsson en la batería.

Así que la joven banda se metió al estudio de grabación en Álafoss, suburbio de la capital islandesa de Reykjavík, y comenzó la magia. Todos los elementos estaban presentes: la sensibilidad tanto de Jónsi como de Kjartan, la juventud vivida en uno de los países con mejor calidad de vida en el mundo, el eterno invierno islandés, los paisajes nubosos y la ausencia de bosques, los cientos de volcanes que abundan en la lejana isla del norte de Europa, los oscuros inviernos, los breves veranos, el amor a la música, la influencia de Pink Floyd, el rarísimo idioma islandés, el aún más raro idioma inventado por Jónsi: el vonlenska, la guitarra tocada con un arco para violín, el piano, el bajo, la batería, la madera, la calefacción, el puerto, el océano Atlántico, la soledad de vivir en una isla. Todo eso, de alguna manera se conjuntó y se mezcló entre las notas y las melodías, entre los sonidos y los cantos. Elementos que están y no están, que no los escuchamos pero sí que los percibimos.


Un extraño intro, con música al revés, es la que nos da la bienvenida. Breve pero hermosa, cálida. El frío islandés viene en "Svefn-g-Englar", el segundo tema que, al ritmo de un sonar, nos sumerge entre las nubes, nos lleva hacia abajo, pero abajo hay nubes. Es majestuoso el sonido de la sexta cuerda de la guitarra tocada con un arco de violín, tan estruendoso, tan sensible, tan frío, tan hermoso. Flotamos en un iceberg entre las nubes con esta lenta, pero nada pesada canción. Justo a la mitad, la canción se aisla más, entre los coros agudísimos de Jónsi, y los sonidos de fondo, es fácil dejarse ir, perderse en la majestuoidad inesperada. Hace frío, pero un frío de enorme belleza. La canción de bienvenida es enorme; Sigur Rós e Islandia, tan cerca y a la vez tan lejos del Reino Unido. Y luego comienza "Starálfur", elegantísima con sus cuerdas, con su piano de tres notas que tanto dice en tan poco contenido, con su letra fantasiosa, de alguna manera el islandés, un idioma tan raro para nosotros, suena elegante y sofisticado. Mientras el clima musical se esclarece, el asombro no deja de ser un elemento vital de la música. Qué facil lo hacen sonar estos veinteañeros, como si hacer música de esta altura fuera lo más fácil del mundo.

Una vez que nos han elevado, que nos han llevado al mismísimo paraíso, la banda nos regresa a Tierra con 3 canciones densas, la primera, "Flugufrelsarinn" es la menos vistosa del álbum, una oscura e intrincada canción en donde las voces sobresalen por encima de los instrumentos, pero en donde la misma emotividad la vemos plasmada en los emtivos cambios de ánimo de las estrofas a los coros. Se trata de un viaje al inframundo, al interior del cráter de un volcán, en donde el calor no es agradable, en donde extrañamos los paisajes y ansiamos regresar a ellos. Sin embargo, la banda nos lleva a un nivel más abajo de nuestra psique con "Ný Batterí, y justo aquí nos damos cuenta que esta oscuridad es parte de la belleza del álbum, que no todo lo bello tiene que brillar, que las cuevas tambien en su interior guardan grandes tesoros, entre la penumbra y la soledad. "Ný Batterí" es muy pesada, muy ominosa. Da miedo por momentos, los metales iniciales no son bellos en un sentido convencional, sino que son viscerales y nos abren paso por las misteriosas notas con que abre la canción. La llegada de las percusiones sólo confirma nuestras sospechas, y nos atrapan en un suspenso del que no queremos alejarnos, hasta que la canción implota y la emotividad explota y nos explota la cabeza sin que podamos evitarlo. Para cerrar esta triada de canciones oscuras, llega la fantástica "Hjartað Hamast (bamm bamm bamm)", que de inicio suena un poco como jazz de mala muerte, pero que conforme avanza, se adentra en nuestras mentes, con sutileza y suavidad, para que, una vez bien adentro, estalle en mil pedazos con la apabullante emotividad de los coros, en los que a lo lejos podemos escuchar un piano, un arco con guitarra, la voz de Jónsi que grita desesperadamente, y un ruido blanco que acapara todo sin que nos demos cuenta. El dramatismo aquí es parte fundamental, la confusión y el aparente caos sólo tienen sentido dentro de nuestras cabezas, en donde todo tiene una razón de ser, siempre. La canción finalmente nos saca a flote de forma gloriosa y catártica, luego de habernos mostrado una nueva y hasta ahora, desconocida faceta de la belleza.

Pero la banda nos complace, nos regresa a los terrenos de la belleza explícita, la belleza con sentido, la belleza de lo evidente. Y lo hace nuevamente con una triada de canciones inconmensurables, celestiales. La primera de ellas, "Viðrar Vel Til Loftárása" es un auténtico monumento. Se toma 5 minutos para mostrarnos con total calma y sin prisa alguna, su hermosa introducción de piano, al que se le añaden poco a poco más y más instrumentos. Pero desde el inicio estamos en el paraíso mismo, estamos viendo un poquito del mundo que se esconde al final de éste, ese mundo que tanto se nos promete, y en el que muchos escépticos dejan de creer una vez que crecen y se empapan de la crueldad de nuestro propio mundo. Aquí está, en forma de música. El hermosísimo piano, las discretas cuerdas, las delicadas percusiones, y la lejana voz de Jónsi que es un instrumento más, la nostalgia implícita, la suavidad armónica, la perfección melódica, la sensibilidad majestuosa y la humildad frente a los demás elementos, estamos ante una canción sin pretenciones, no nos quiere apantallar, no quiere lucirse, sólo es bella porque es, y en su naturaleza, nos llena a nosotros de sensibilidad y de humildad, nos hace rendirnos ante su majestuosidad celestial. Una vez que la canción se rompe, la emotividad se desboca y las emociones, que ya estaban a flor de piel, no pueden evitar expresarse en nuestro involuntario ser, ya sea a través de una sonrisa, una lágrima o un aplauso. Aquí no existe la pasividad, no hay impasibles ante esta obra monumental. Es la mano de Dios mismo tocando instrumentos de los humanos, y mostrándose ante nosotros en su lenguaje universal.

Pero aquí no acaba el viaje espiritual-musical. "Olsen Olsen" es otro pedacito de cielo, es el pedacito de Islandia que bajó de entre las nubes para convertirse en tierra, y en gente, y en música. La estructura de la canción es tan simple que tampoco podemos considerar a esta canción como pretenciosa. En su soledad y abandono radica su belleza, pues los primeros minutos de canción son de una intimidad única. El bajo como protagonista, la batería como un preciso acompañante, el arco de guitarra como un hermoso adorno, y en el eco, la voz que vocaliza sin decir nada, mientras la música es la que nos dice todo, como para sentir que regresamos al mismo iceberg en el que estábamos minutos antes, contemplando el océnao, las olas, y la nada. La paz. Esa paz que sólo llega con la soledad, está musicalizada en la primera parte de la canción, mientras que en la segunda parte nos sentimos cálidamente acompañados, mientras la música se hace melódica y memorable, nosotros sentimos que ahora podemos compartir nuestro sentir a través de estas notas, y el acompañamiento instrumental es la clave para hacernos sentir así. Es como sumergirnos en nuestra mente, y descubrirnos, para luego emerger y compartir nuestro ser con los demás. Así se siente "Olsen Olsen", que en su final se conecta con la tercera de estas obras monumentales.

La homónima "Ágætis Byrjun" es una canción muchísimo más orgánica, menos celestial y más terrenal. Pero en la tierra también hay belleza, y dentro de nosotros está la belleza de la nostalgia, de los recuerdos, del pasado y el presente. De lo perdido y lo encontrado. De lo más lejano y lo más cercano. De eso trata esta deliciosa canción, de lo que nosotros, como seres humanos, podemos perder y recuperar, alejar y acercar a nosotros, expresado mediante una reunión de amigos, tan casual como las que todos nosotros hemos vivido en nuestras vidas. Aquí ya no hay cuerdas ni coros. Sólo son los cuatro músicos con sus instrumentos, sin efectos ni arreglos. Una guitarra acústica y melódica, un piano hermosísimo y brillante, un bajo preciso y precioso y una batería que se luce en su simpleza, y relaja el ambiente de la canción. No más. Sigur Rós nos demuestra lo que se necesita para hacer otra canción celestial, lo mismo que muchos otros músicos tienen al alcance de su mano. Con esa nostalgia tan humana, regresamos suavemente del paraíso, luego de haberle conocido en una mínima parte, agradecidos y entusiasmados. Es el efecto que tiene la música en uno. Con "Avalon" la banda cierra el álbum, cerciorándose de que estemos de regreso en nuestra realidad. Una instrumental a manera de epílogo, y termina el álbum más hermoso de la historia del rock.


Y es que no hay que ser un experto en música para detectar la belleza explícita (y también implícita) que abunda en "Agætis Byrjun", una belleza de escalas celestiales, una belleza que pocas veces y en contados momentos hemos escuchado a lo largo de la historia del rock. Muchos le llaman post-rock, muchos otros le dicen ambient, neo-prog o incluso Radiohead Islandés. Yo le llamo rock celestial, escrito para musicalizar el paraíso, y que incidentalmente llegó hasta nuestra cruda y maltrecha Tierra, como para conocer un poquito de lo que hay más allá del supuesto final. El álbum más hermoso de la historia del rock.


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