viernes, 27 de abril de 2018

Rock progresivo anglosajón: #6. "Thick As A Brick - Jethro Tull (1972)



1. Thick As A Brick - Part 1 (22:39)
2. Thick As A Brick - Part 2 (21:05)

A manera de sátira, luego de que la crítica denominara como rock progresivo al más reciente álbum publicado por Jethro Tull, el extraordinario pero poco prog "Aqualung", en 1972 la banda publicó algo que no le dejara la menor duda a nadie de qué género se trataba. Sí, una obra totalmente progresiva, con elementos de folk y con una creatividad inmensa, entraron de golpe al mundo progresivo con la contundente, genial y gigantesca "Thick As A Brick". Una obra basada, supuestamente, en un poema escrito por un precoz infante británico, el cual fue rechazado en un concurso de poesía por lo adelantado de su obra.

Aunque todos sabemos que esa historia es falsa (por mucho que la espléndida portada nos diga lo opuesto), la música es espléndida en todas y cada una de sus secciones, desde las más pastorales hasta las más rockeras, pasando por marchas militares, deliciosos y sensibles pasajes, oscuros y tétricos lapsos y momentos deliciosamente rítmicos y armónicos. La canción originalmente dura los 42 minutos y medio del álbum, pero por motivos de formato, tuvo que ser dividida forzosamente en dos mitades, ambas perfectamente complementarias la una de la otra.

La obra inicia de manera alegre, accesible y amable con el motivo de guitarra que escucharemos más de una vez en la obra, y con la dulzura inconmensurable de la flauta de Ian Anderson, que nos hace pensar que la obra será un bello pasaje y no lo que en realidad es: una retadora pieza musical para nuestro cerebro, y una nada aburrida canción llena de variaciones y cambios. La amabilidad se extiende por los primeros minutos hasta la primer ruptura, una muy contundente y sin retorno, en la que el virtuosismo de los integrantes de la banda se pone a prueba y en la que sentiremos todo el poder de la banda sin reparo alguno. El rock se hace protagonista en esta sección que cada segundo que avanza se pone más y mas densa, hasta la siguiente ruptura.

Una breve sección, emotiva y dramática hace acto de presencia, en la que Ian Anderson se pregunta qué es lo que hace cuando su padre no está, para inmediatamente darle el protagonismo al órgano Hammond que suena maravilloso, y que es la inauguración de la siguiente sección, deliciosa en su parte rítmica y contudente en su parte lírica. Las melodías, por más juguetonas que suenen, no son nada infantiles, y por el contrario, llenan de oscuridad la ya oscura letra de la canción. Esta será una sección que no olvidaremos fácilmente, y que cuando termina le cede la batuta a una hermosa y bucólica parte de la obra, con brillitos, voces en coro y el motivo de guitarra inicial, con unas ligeras pero muy complicadas variaciones. Hasta ahora, cada segundo de nuestro tiempo ha valido la pena. Ojo además con la perfecta transición con la siguiente sección, en la que la guitarra en solitario hace un cambio de 3/4 a 4/4 en su ritmo, prácticamente imperciptible y totalmente perfecto. La penúltima sección de la primera mitad es una marcha que de inicio es acústica, y que una vez que aparecen las percusiones, toma forma como tal, nuevamente apelando a las melodías juguetonas, memorables y contundentes. Será una parte que no vamos a querer que acabe, por la perfección rítmica y armónica que tiene. Sin embargo, una vez que acaba nos damos cuenta que se acerca el fin de la primera mitad, pues la última sección de esta es un epílogo bastante evidente y, además, tan contundente como pisada de elefante.

El sonido ambiental suave que une las dos mitades pronto se e interrumpido por un trancazo musical que nos despierta del breve letargo en el que estábamos inmersos, para repetir una variación de una sección que ya habíamos escuchado antes en la obra, y que de manera inteligente, se va desvaneciendo de a poco, con una serie de silencios marcados por los platillos, hasta que la guitarra del inicio de la obra regresa por tercera vez para introducirnos a otra bella y delicada sección, que es breve, y que desemboca en la sección más larga de esta segunda mitad, una muy oscura, tétrica por momentos, pero bellamente orquestada (ojo a la flauta de Anderson, que suena fantástica al grado de que muchos no creen que se trate de una flauta, sino de un instrumento más complejo) y en el que la voz del propio Anderson suena más estruendosa que nunca. Cierto es que es la sección más lenta de la obra, pero también una de las más brillantes, además de que ayuda a enaltecer la sección siguiente, que es más acelerada aunque con menos brillos, sin embargo, es la más virtuosa de toda la obra, pues tanto la velocidad como la variedad de notas que se manejan, sobre todo en el bajo, el Hammond y la flauta, son impresionantes.

El final se acerca cuando, con un efecto espectacular, regresa una de las secciones que ya habíamos escuchado antes, la de la marcha que apareció cerca del final de la primera mitad, ahora con un aire épico que nos anticipa que la culminación de la obra está cada vez más próxima. Una última variación, más un jugueteo con un cuarteto de cuerdas que hace su debut y despedida a segundos del final, nos conducen al contundente, estruendoso y glorioso rompimiento final, en el que la aceleración de la obra se interrumpe de golpe y le deja el plato servido al coro de la primera sección, en un tiempo más lento, para culminar la obra de la manera más perfecta posible: con el título de la misma.

La canción menos pretenciosa y más grandiosa del rock progresivo es esta. No hay múltiples tipos de sintetizadores, no hay una estructuración sinfónicca, ni mucho menos una instrumentación excesiva. Sólo las cuerdas del final, que eran totalmente inesperadas, y que sólo aparecieron brevemente. La banda no tenía pretenciones de pertenecer a este género musical (aunque eventualmente sí lo hicieron), y sólo quisieron demostrar al mundo cómo sonaría un álbum progresivo compuesto e interpretado por ellos. Nada más. Irónicamente, es una de las obras monumentales y más revolucionarias del rock progresivo.

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